Por Hernán Deluca
Por Hernán Deluca
Visto desde el suelo, el rostro amenazante y desfigurado de mi abuela emanaba un terror que desorientaba. Ceño fruncido, ojos desorbitados, pelo revuelto. Era otra. “Dormite y dejá de joder”. No tenía que gritar. No le hacía falta. Además, elevar el tono podría despertar al abuelo, aunque, por sus ronquidos cinematográficos, eso estaba muy lejos.
Lo que mi abuela no comprendía es que dormirse sobre una frazada no era sencillo. Por aquel entonces, no había colchón ni sillón extra. La solución era: frazada al piso y una sábana para aminorar la picazón. Casi inhumano. Igual, la amo.
Algo parecido pasaba en mi casa. Mis viejos me obligaban a dormir después de almorzar. Hasta que se cansaron. Ahí, la solución fue mandarme a “la galería”, con mis juguetes. Se cerraba la puerta y, hasta que no se levantaba papá o mamá, no se podía hablar. Exagero… Casi.
Mi mundo privado, alimentado por fantasías, se construyó en esas horas. Julio Verne y Emilio Salgari dieron el puntapié inicial. Cuando el libro se cerraba, era el Sandokán del barrio.
Luego, con el tiempo, la pasión tuvo nombre: Stephen King.
Y, cuando la imagen fue movimiento, llegaron los “Sábados de Súper Acción”. Una biblia “deformativa”.
Que se vayan a dormir, total, yo tenía todo lo que necesitaba en el viejo Canal 11. Roger Corman, Peter Sellers, Sergio Leone, Vincent Price, Terence Hill, Bud Spencer. Alternando, cuando la película era demasiado bizarra, con el cine de Jerry Lewis que iba por Canal 13.
Hoy, pago por una siesta. Bien preciado que está cada vez más lejos. Pero, ojo, también pago por estar horas así; la espalda pegada al piso, la tele encendida, el ventilador al pecho y, mi cabeza, viajando con nuevas historias.
Tan necesario como salir a correr o tomar agua.