Don Amadeo Sabattini

por Juan Pablo Zanetti*

26 de febrero de 2010 - 00:00

El próximo 28 del corriente (29 de febrero de 1960), se cumplirán 50 años de la desaparición física el Dr. Amadeo Sabattini.

Modestamente tuve el alto honor de conocerlo personalmente en el año 1958 en su domicilio particular en Villa María, provincia de Córdoba.

Un destino político austero, sencillo y de conducta ética lo identificaba a este incorruptible hombre público.

El Dr. Sabattini, o don Amadeo, según lo llamaban familiares y respetuosamente sus seguidores, había realizado un milagro único en la política argentina contemporánea, ser un caudillo con gravitación nacional, uno de los últimos grandes del radicalismo, sin salir de su obstinado encierro en un pueblo de provincia, Villa María.

Ninguno de los más importantes dirigentes radicales se asemejó tanto a Hipólito Yrigoyen como este discípulo que gobernó Córdoba (1936-1940) con honestidad ejemplar y llevando a la práctica importantes iniciativas de progreso.

Ejercía con poderosa seducción el recurso insinuante de la media palabra, que no es arte propicio para estos tiempos de la vida argentina, pero que contribuía a otorgarle respecto de sus fieles admiradores un ascendiente, una aureola de perspicacia política como difícilmente se haya formado otra sobre hombres de su misma militancia.

Sabattini murió siendo relativamente joven, pero parecía viejo. En 1960, año en el que falleció debía cumplir 68, entonces todavía era de tierra la calle Moreno Nº 276 de Villa María, donde estaba su casa y consultorio junto a ese recibidor con las paredes cruzadas -me parece que aún lo veo-, por inscripciones de exuberante adhesión y amor tanto al jefe partidario cuando al médico que muchas veces no cobraba la consulta y otras por añadidura, sacaba dinero de un jarrón para pagar la medicina que hiciera falta.

Invitaba a ser seguido en copiosas mateadas que acompañaban conversaciones de arduo seguimiento, pero siempre interesantes. Sugería como pocos la idea de reclusión singularmente organizada al recibir al visitante en su casa, abrigado con sobretodo, bufanda y boina. Menos taciturno que Yrigoyen, tal vez por su sangre itálica, al igual que éste, carecía de la fuerza oratoria de los grandes tribunos.

Vivió casi siempre enfrentado con las corrientes más liberales del partido, y una leyenda no debidamente probada, aunque parcialmente verosímil, dice que el entonces Coronel Perón lo hizo destinatario del siguiente mensaje: “menos la presidencia, todo para el radicalismo”, Sabattini contestó que no y derrotada su pre candidatura a presidente, apoyó en 1946 al Dr. José P. Tamborín, un viejo adversario alvearista. Más adelante, en 1951, los doctores Balbín y Arturo Frondizi, le ofrecen la candidatura presidencial de ese año, que rehúsa.

Como Yrigoyen, Sabattini hizo de la Constitución de 1853 un programa político. “Diga que soy un místico de la misma, que la he defendido y la defenderé siempre” dijo cierta vez a un cronista. Precisamente, uno de sus últimos actos públicos memorables fue su oposición a que la convención constituyente de 1957 introdujera modificaciones en el texto que sólo ha tenido por enemigo al pensamiento totalitario.

Hoy ha quedado en el gran recuerdo y de homenaje permanente al otrora fundador del Movimiento de Intransigencia Nacional, el núcleo del cual Sabattini fue jefe y numen, y que no actúa desde hace años orgánicamente, pero teniendo como eje la provincia de Córdoba, el  “sabattinismo” todavía constituye en el Norte del país, aunque con reflejos tenues, una realidad partidaria diferenciada de la conducción oficial.

Lamentablemente, en estos tiempos, no hay ningún indicio serio, desde la partida de éste y otros pronombres de la vida nacional y partidaria, en que podamos fundar esperanzas los argentinos en su conjunto, de que aparezcan en escena dirigentes que convertidos en verdaderos estadistas, sean ejemplo de rectitud cívica y moral en sus trayectorias públicas y privadas.

 

*Afiliado radical

 

 

 

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