Por Chino Méndez
Por Chino Méndez
Jamás le he dedicado palabra escrita alguna. Siempre me costó tanto como ahora. Tal vez el primer recuerdo que tengo de ella sea el de verla lavar la ropa a mano, inclinada sobre los fuentones rebosados de espuma, al lado de la bomba manual. Sin ahondar en detalles, me permito afirmar que nunca logré romantizar mi infancia. No me resultó fácil aquel tiempo, quizás porque me tocó soltar inocencias tempranamente. Mis hermanes mayores intentaban la suya, como correspondía. Yo solía esperarla llegar del laburo trepado arriba del techo, intentando adivinar su silueta ya entrada la noche. Lloraba, tenía el terror cotidiano de que no vuelva, que le haya pasado algo en el camino. Hasta que por fin la veía cruzando el potrero, entonces simulaba una tranquilidad que a ella no la convencía pero que no cuestionaba. A ambos nos convenía el simulacro aquel.
La alegría era el aroma a estofado que cocinaba entonces como lo hace ahora, el mejor del mundo. Todavía no me resisto y sigo mojando un cacho de pan en la olla, aquella que costaba tanto parar, pero con poco se colmaba de manjares.
No supo nunca de qué se trata el off side, tampoco comprendió de pasiones semejantes al fútbol, pero es imposible hablar mal del Diego en su presencia y es capaz de echar de su casa a aquel que ose de hacer tal cosa, quizás porque Maradona fue el único que llenó aquella vivienda con una dulce fantasía imposible de describir. Alguien dijo por ahí que muchas madres le deben mucho al Diez y créanme que es así.
Claro que tuvimos nuestras distancias que cicatrizaron, la única que aún no se estrecha es por la religión. Ella católica apostólica y romana también, yo sigo pensando que eso es un doctrinante circo machista que sólo sirve para lavar la guita de los poderosos.
Entre nosotros no sobran los abrazos. La señora es de carácter fuerte. Incluso una broma puede hacer que sople el viento norte en su mirada, pero tácitamente se fundó un pacto que privilegia el disfrute de las coincidencias.
Hablar de ella es hablar conmigo mismo de muchas cuestiones de las que hoy abstengo. Aun así, en lugar de escribir sobre el gasoil o de la increíble prohibición porteña de la “E”, lo hago sobre uno de los motivos por los cuales se me entrechocan las letras, algo que, a pesar de mi torpeza, logro acomodar a la hora de la huida fácil. Es que ustedes no se imaginan todas las ocasiones que necesité volver a mi vieja, tantas veces como vuelve el silencio cuando sobran las palabras.