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Belén Rodríguez

“Tuve que huir de Argentina, así salvé a mi familia”

Celebridad en Italia, Belén Rodríguez es una de las pilarenses más encumbradas en el mundo. En una entrevista se abrió como nunca: su infancia en Villa Rosa marcada por la rigidez religiosa, la crisis, un violento asalto y la nostalgia de volver a marcar el número de teléfono de su abuela.

Por Redacción Pilar a Diario 1 de octubre de 2022 - 09:50

Asentada desde hace años como una celebridad en Italia, Belén Rodríguez es una de las pilarenses más encumbradas en el mundo. A los 38 años, la modelo, actriz y presentadora (actualmente parte del magazine televisivo “Las hienas”) ofreció una entrevista en profundidad con la revista 7, apéndice del prestigioso Corriere Della Sera, en la que se abrió como nunca antes.

Su infancia y adolescencia en Villa Rosa, la rígida educación religiosa, un violento asalto que pudo terminar en tragedia y la nostalgia de llamar al número de teléfono de la que fue la casa de su abuela. Todo eso y más sacó a la luz Belén ante las preguntas de la periodista Teresa Ciabatti, para la edición publicada este viernes y que lleva a la pilarense en la tapa.

A continuación, algunos de los fragmentos más jugosos:

“Cuando tenía 18 años repartía volantes en la calle. A los 19 hacía pizzas en un restaurante. Mi papá era vendedor de herramientas agrícolas y de jardinería. Mi madre es la mujer más hermosa que he visto en mi vida. Los amigos le decían que fuera modelo, pero no lo hizo. Un día participó en un desfile, vio que los demás se desnudaban mientras ella conservaba su abrigo de piel. Principio y final de su carrera como modelo. A partir de ahí optó por enseñar a los niños discapacitados”.

“Cuando Menem llegó al poder vendió empresas estatales a los americanos. Mi abuelo era subdirector de Pepsi, pero en ese momento la Argentina cayó en una profunda crisis económica. La gente hipotecaba la casa, el coche… Nosotros también, de un día para otro perdemos nuestras casas, sin poder llevarnos nada: sofás, camas, platos, toallas”.

“Todavía me sé el número de teléfono de memoria de esa casa. Una vez llamé, los nuevos dueños respondieron y colgué. Esa casa también significaba mi abuela, que para ese momento ya había muerto. Marcar el número anterior fue un intento de hacer retroceder el tiempo. Se desvaneció la esperanza de que ella pueda contestar el teléfono”.

“Yo creía en Papá Noel hasta los 15 años, cuando mi prima decide decirme la verdad. Gran decepción, a pesar de que no amaba a Papá Noel. Decían ‘viene de Finlandia, con renos’, y lo encontré en Argentina sin mangas, muy bronceado. Todavía tengo fotos con los diferentes Papá Noel bronceados en los shoppings. Pensé, ¿cuántos hay? Algo andaba mal”.

“Desde que mi padre asistía a la iglesia protestante, los niños teníamos muchas prohibiciones, entre ellas ver programas de televisión con contenido mundano y no religioso. Veíamos ‘La familia Ingalls’. Me identifiqué con Laura Ingalls, la hija que luchó por la justicia, eligiendo casi siempre la solución equivocada”.

“A los 15 años murió el padre de mi mejor amiga y yo quise ir al funeral, pero la escuela me lo prohibió. Me escapé, trepé la puerta y fui. Me expulsaron y cambié de colegio”.

“Mi papá -siempre según las reglas de la iglesia protestante- no me permitía ir a bailar, ni usar faldas cortas, ni escuchar música, excepto canciones religiosas. En fin, no podía hacer nada, aparte de asistir a la iglesia y participar en iniciativas religiosas como excursiones”.

“Un día entraron a casa ocho hombres armados y adictos al pegamento. Estaba en el jardín, me agarraron de los pelos y me arrastraron adentro. Nos ataron y nos apuntaban a la cabeza. Nos robaron desde las tazas de café hasta tenedores. De la televisión hasta las sábanas. Ropa, zapatos, ropa interior, mi book de fotos como modelo... Con mi sueldo de volantera me había comprado un par de botas en cuotas. Negras, con tachas, mi orgullo. Mientras saqueaban la casa, con las manos atadas logré moverme y tomé mis botas para esconderlas en la hendija del sofá cama”.

“No olvidaría nada de mi pasado, porque a pesar de las dificultades, que no fueron solo nuestras sino de todo un país, tuve una infancia maravillosa”.

“A los 17 años había posado para un periódico. Cuando la iglesia se enteró, nos excomulgaron. Sentí una liberación, vi tanto fanatismo en las prohibiciones y obligaciones, como la de donar el 10% del salario de mi padre”.

“Llegué a Italia en 2004. Éramos ocho chicas sin permiso de residencia, instruidas sobre qué decir en caso de detención. Una más hermosa que la otra, los policías nos paran de inmediato: ‘¿Motivo del viaje?’ ‘Una fiesta’. Nos retuvieron en el aeropuerto durante 48 horas. Pude darme una ducha con una moneda que me dio una señora amable”.

“Descubrimos que nuestro trabajo no era de modelos. Habíamos imaginado pasarelas y fotos, pero nos encontramos en las discotecas bailando. Encontré la dirección de una agencia de modas en Bolonia y fui en secreto. Entonces, a través de la agencia, empecé a hacer audiciones para la televisión”.

“Con mis primeras ganancias les compré una casa a mis padres. Una casa en el lugar de los ricos, con seguridad las 24 horas y verjas. Empecé a dormir de noche, mi familia estaba a salvo. Por fin supe que estaban a salvo”.

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