Soy mano

La pasión

Por Redacción Pilar a Diario 16 de agosto de 2020 - 08:14

Por Chino Méndez 


Por estos días aun no terminan de persuadirme las bondades de la pasión. No sé por qué y tampoco oso cuestionármelo. A decir verdad, se me ha opacado bastante una de las pasiones que creía mi predilecta: el fútbol. Ignoro si esto sucedió cuando advertí el gran negocio que lucraba de manera descarada de la redonda o cuando, después de un tiempo, descubrí que mientras Romero atajaba penales sucedían otras cuestiones que me ganaban por goleada o cuando dejé de asociar a la niñez sólo con un balón, porque había entendido que el pibe que llevaba dentro gritaba los goles únicamente a modo de desahogo y no se divirtió casi nunca. Es más, esa pasión futbolera me trajo varios moretones en la cara, algunas patadas y codazos. Tal vez porque, en mi joven imbecilidad, en esa santa misa de potrero, el honor giraba en torno a la pelota y cuando ello peligraba en el juego estallaba la violencia. Y si la cosa salía bien, sólo se apoderaba de mí una sensación de fanfarrona serenidad.
Más tarde, en otra etapa de idiotez, poseía un concepto celebratorio de la pasión. Buscaba desbordarme en ella para sentirme más hombre. Y caminaba con andar seguro por entre las calles. Era un apasionado en términos amatorios hasta que alguien, sin darse cuenta, me enseñó que todo se trataba de un recíproco estado efímero de ánimo, que resultaba menester vivir propiciándolo constantemente y que cuando pierde su frecuencia temporal todo se termina yendo, indefectiblemente, al carajo. El grave problema surge en el momento en que los necios apasionados, no toleran la frustración final de la pasión y en su alelada noción del honor ejecutan su vileza con piñas y amenazas.  
Virtuosos aquellos que se entregan al entusiasmo del conocimiento, como los científicos que hacen vacunas. Pero no nos deslumbremos tan sólo ante el ardor de lo que sirve única y aparentemente. Miles de niños y sus padres replican el padecimiento de Cristo, arrastrando sus carros cartoneros buscando, acaloradamente, una razón para seguir vivos por las aceras de este mundo sin brújula. 
En este sentido trágico de la vida, en donde el mundo no parece tener sentido, están aquellos dispuestos a vivir como si en verdad lo tuviera. Son los que mejoran un poco la vida y hace tanta falta ver sus miradas en vivo y en directo por estas horas. Los que gallardamente se entregan a sabiendas de que, quizás, todo sea inútil o fugaz. Actúan, cantan, pintan, moldean, musiquean, escriben, bailan, lloran, ríen. Nos guste o no, somos seres pasionales. En este mundo la pasión de los artistas nos proporciona un modo de felicidad que perdura en las hendijas del tiempo. 
Por esa pasión. Por ellos.

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