De la casa al trabajo y viceversa, este otoño tiene días que nacen y mueren enmohecidos. Los mails, los remitos, las planillas llenas de números comparativos, los sellos, las firmas. Todo con este tapabocas que ya no sofoca. Llegás al silencio de tu casa, un libro que abre ventanas, el mate, la comida, la ropa preparada, la ducha y a dormir para abordar la misma rutina al día siguiente. Compañeres con barbijos y los chistes sin gestos faciales que pierden su gracia, la jornada sujeta a un reloj y de vuelta a casa. Aciagos días. Quien escribe no cuestiona las conocidas medidas preventivas, de ninguna manera, pero sí se detiene a pensar en una palabra “tapaboca”. Y yendo un poco más allá, le resulta llamativo el modo en que nos acostumbramos, muchas veces, a conductas derrotistas. ¿Cuántas veces tapaste tu boca por miedo, y aun así te sentiste enfermo, confiándole la cura a la varita azul y a la galera del destino, que nunca te devolvió aleteos de palomas? Tapaboca. Decir sólo lo correcto y actuar en consecuencia. Emparchando cada recoveco de donde se pueda escapar la voz genuina, sigilosamente, en puntitas de pie.
Pero siempre hay algo que intenta rescatarnos del tedio, a veces pasa de largo y otras, lo ves nítidamente. Una sonrisa que llega de la manera menos pensada, tan luminosa que se sale de los márgenes que refleja una imagen y que, paradójicamente o no, duerme por las noches en uno de esos lugares donde otras sonrisas brillaron, acaso, por última vez. ¿Quién borda tanta contrariedad con los hilos del misterio? Porque antes de ayer, cuando un destello se fugó para siempre, salías por las noches con el palo y la bolsa a piratear historias entre pieles con las que jamás generarías pertenencia. Ese esplín que a vos te agota. Y ahora que los flashes te apuntan tan bellamente, tu cabeza cerró la cortina. Platón y su alegoría de la caverna y la puta madre!
Tapaboca. Hablar menos al pedo y dar paso a la fluidez. Porque podés arruinar todo a la hora del silencio. Y te quedás otra vez aturdido en cuestionamientos, sin solución. La guardia altísima de este pavor a estar expuesto y ser descubierto en tu sensible delicadeza otra vez. Partidas mano a mano que debías jugar sin el parche de Garfio, pero el tablero se movió tanto que la torre se quedó sin directivas. Jaque a vos mismo. Tapaboca, tapavoces, tapar, esconder, temer… ¡Basta! Habrá que relativizar tanto rollo y dejar que las voces se suelten y los silencios sucedan y también perdonarte cuando no podés. Entender que corriendo no se trepa la montaña y que remar con fuerza no siempre garantiza el triunfo. Cada movimiento en falso es valioso, porque tal vez preceda a una diagonal gloriosa. Aprender a vivir sin absurdos escudos, ni presiones infundadas. Tender la cama para que se acurruque la luz del nuevo día. Volver a florecer en esa sonrisa hecha de horas marchitas.