Soy mano

El almohadón de plumas

Por Víctor Koprivsek

Por Redacción Pilar a Diario 15 de junio de 2019 - 00:00

Dos historias. Javier Matías fue encontrado en la calle cuando tenía 4 meses, por una mujer. Y luego dado en adopción.
Su papá, de nombre Juan Manuel, trabajó en la Prefectura cinco años y después fue administrativo en la Universidad de Morón. Ahí conoció a su mamá, Elena, ella estudiaba para Contadora. Se enamoraron y sucedió la vida.
Después llegó lo otro.
Primero se llevaron al padre y a los pocos días le mandaron una carta a la mamá con un posible dato para encontrar a su amor. Ella fue con su hijito.
Se la llevaron.
Hoy Javier se reencontró con su tío, quien nunca lo dejó de buscar.
Hubo un abrazo que esperó muchísimo guardado en el lugar fuerte del corazón. Un abrazo restaurador, un abrazo profundo que finalmente llegó.
En ese abrazo, en esa vida acontecida con su inmenso poder victorioso, sucede aquello que vale la pena. Aquello que tiene un lugar para siempre en la eternidad.
Ese abrazo es lo que salva al sol en este este día nublado.
Ahora pregunto ¿a qué te aferrás cuando sacuden los mares tempestuosos?
Me imagino ese tío que nunca dejó de buscar, por su hermana, por sus padres, por él mismo. Lo imagino aferrado con uñas y dientes a la vida. Con las manos sosteniendo el timón con fuerza.
No cabe la oscuridad en el mañana de quienes miran para adelante con la frente en alto buscando la vida, buscando tiempos mejores. Restauraciones mayores.
La otra cara (porque hay otra cara) es lo nefasto, lo oscuro y decadente. Eso que no queremos más. Y para ponerle freno hay toda una comunidad que, aun bombardeada por las falsas noticias, resiste. Y resiste abroquelada porque hay límites que dicen basta.
En ese freno está la esperanza de los tiempos mejores.
El título de esta editorial es El almohadón de plumas. Hubo una vez alguien que dio falso testimonio. Entonces, le dijeron que agarrara un almohadón de plumas y lo llevara a la terraza de su casa y desparramara allí el contenido de su interior. Y así lo hizo.
Después de una semana, le pidieron que subiera a la terraza de su casa y juntara las plumas y las metiera de nuevo en el almohadón. Claro que no pudo hacerlo. Porque se habían esparcido por toda la ciudad.
Así es la calumnia, que habla más de quien la dice que de quien la sufre.
Me quedo con el tiempo de los abrazos. A eso me aferro con fuerza.

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