Jeremías camina y su paso es como saltarín, los brazos al costado del cuerpo suben y bajan al ritmo acompasado de su estilo. Un estilo de barrio con destello de dignidad y familia. Su luz es como lluvia de risa y su mirada como mansedumbre de lago.
Iván tiene la ternura de la inocencia. Criado entre hermanos con su madre que tuvo que salir a trabajar de chica, él se hizo cargo de los más pequeños, preparando la comida, poniendo la mesa, cuidando del rebaño. Incansable a la hora de jugar, dicen que una vez estuvo seis horas dando vueltas alrededor de un árbol con una bicicleta prestada y con su hermanito más chico atrás, Valentín, montado en un triciclo destartalado, ambos atados por un hilo indestructible riendo a carcajadas, y también Dios.
Allá reposa en su sabiduría adolescente, Fernando. Le dicen “Mascarpone”, ese es su apodo por denuedo. Su mirada amansa fieras, tiene ese poder en sus ojos, el de aquietar toda violencia humana y desarmar cualquier maldad. Cuando habla hay que acercarse mucho para escucharlo, su voz es tan humilde como desmesurada, cargada de una templanza mayor sale de su boca como un susurro, siempre que dice algo importante es como un susurro, una marea.
Ahí van los primos riendo, ahí van los primos jugando. A los pases en la canchita de enfrente, el fútbol siempre estuvo cerca. En los cumpleaños familiares, cuando se juntan todos, se arman las partidas de naipes: póker, escoba de quince; también la gran mesa se vuelve un paño y ruedan los dados con la plumita, el cinco mil y la generala.
Madres y padres miran custodiando esa simpleza hecha de risas y familia numerosa. Algo tan grande y cotidiano que se vuelve bendición. Honrando a las abuelas y recordando las anécdotas de ayer se pasan volando las horas en las sobremesas.
Siempre un plato de comida, siempre una palabra de aliento, un tirón de oreja, un abrazo justo a tiempo. Así la vida se fue haciendo tan pero tan linda.
Dicen que va a llover, que se viene una tormenta fuerte. Los primos se abrazan, son hermanos, son muchos, son una multitud, se vuelven un bloque, se cuidan.
Recostados unos sobre otros, descansan.
Yo busco a Dios.
“Tu inocencia alumbrará como el alba, y tu justicia resplandecerá como el sol del mediodía” (Salmo 37).