"La pesada plancha y la tijera de sastre tenían la forma de las manos de mi padre/ El día y la noche, el dinero y la miseria tenían la forma de las manos de mi padre/ La bronca y la dicha, el poder y la vergüenza tenían la forma de las manos de mi padre/ El frío y la sombra, el llanto y la esperanza tenían la forma de las manos de mi padre/ La mesa y la casa, la risa y la tristeza tenían la forma de las manos de mi padre/ Cuando salí a la calle y me miré las manos tenían la forma de las manos de mi padre”. ("Las manos de mi padre”).
Eliahu Toker fue un poeta argentino que nació en el barrio del Once, tan porteño como judío, donde pasó la mayor parte de su vida. Fue traductor y antólogo de material folclórico y de textos clásicos en ídish y hebreos, entre las que se cuentan "El ídish es también Latinoamérica”, "El Canto del Pueblo Judío”, así como textos de César Tiempo, Alberto Gernuchoff y Carlos Grunberg. Entre sus ocho poemarios publicados se destaca "Padre Tierra” (1997) que obtuvo la Faja de Honor de la SADE.
"En la vereda de enfrente están los dueños de la verdad escriturada, los propietarios de la seguridad del ignorante; de este lado estamos nosotros, los dueños de las dudas sentados a una larga mesa en llamas/ Somos los que sabemos que no sabemos. Los que sabemos que no es luz esta claridad, que este permiso no es la libertad, que este mendrugo no es el pan y que no existen una sola realidad ni una única verdad/ Somos los hijos de los profetas pero también hijos de aquellos a quienes los profetas maldecían; somos los que desafinan en los coros/ Somos los que confían en la marcha de la historia sin darla por sobreentendida. Escépticos y optimistas, compartimos el pan de la duda, sentados a una larga mesa en carne viva”. ("Los dueños de las dudas”).
En 1954 Eliahu Toker, se recibe de docente hebreo en el Seminario de Maestros Hebreos y en 1962 obtiene el título de arquitecto en la Universidad de Buenos Aires, profesión que ejerce hasta 1982, cuando la abandona para dedicarse totalmente a la literatura.
"Buenos Aires de los años setenta. Los campos de concentración andaban por las calles en falcon evaporando infrahumanos de sus casas. La ceguera crecía por las calles. La sordera crecía por las calles. La mudez crecía por las calles. Las dos manos sobre los propios testículos, nadie quería saber nada de nada. Job debe de ser culpable y el no oír ni ver ni pensar ni saber ni hablar garantiza los propios testículos contra la electricidad. Un silencio viscoso gritaba desde las entrelíneas de los diarios, silbaba en las radios, en los oídos, en los estómagos. Nuestro silencio. Aprendimos a caminar con los ojos cerrados. La fórmula salvadora era no ver o, por lo menos, no ver en voz alta. (….)/ Los campos de concentración andaban por las calles. Se habían desatado y vestidos de civil, repartiendo muerte a manos llenas, andaban en falcon por las calles. (….) Y uno ya no sabe quién es uno; demonio, ángel, fantasma o sólo un símbolo a la espera de ser descifrado por alguno que uno no conoce ni lo conoce a uno. Otro decide quién soy
desde las sombras de su escritorio, desde las sombras de su fantasía, desde las sombras de su delirio. Uno es apenas un fantasma en un delirio que tortura al torturador;
¿por qué no habría él de torturarlo a uno a su vez? Uno existe apenas para que él pueda vengar en uno, matar en uno, a sus fantasmas”. (Fragmento de "Buenos Aires de los años setenta”, publicado en agosto de 1980).