Churrasco con huevo frito. Así de simple es la felicidad. Mojar el pancito en la yema casi naranja, con suerte, sino amarilla medio pelo, pero cuando es naranja casi fuego, pulposa, de campo, eso sí que es bueno.
Sentir el sabor combinado en la boca, el pan en sí mismo es un deleite, pero con el juguito del huevo frito es un deleite, masticarlo y mirar el plato con el bife, si es de chorizo mejor; ahí, suculento y jugoso, desbordante en aromas y color.
Así de simple es la felicidad.
La tristeza es otra cosa. Es más compleja. Es encender la tale, escuchar y ver la morbosidad humana agigantada, multiplicada en cientos de programas. El cinismo repetido.
El otro día un amigo murió de tristeza. No es joda lo que digo.
Tanto la alegría como la tristeza, expandidas a lo largo y a lo ancho de la Patria, funcionan como temblores, como movimientos terrestres y ocupan el aire y retumban fácilmente en las mesas de las familias, en los rieles de las estaciones, se filtran por las ranuras de las puertas y las comisuras de los labios.
Argentinos, estamos hechos de ambas, pero exageradas, la alegría exagerada, la tristeza multiplicada, rabiosa, exuberante.
Son descargas tempestivas que golpean nuestros pechos y allí resuenan como tambores. ¿Acaso no impresiona el palpitar confuso de estos días?
Es el corazón gigante el que retumba.
Y todo está puesto al servicio de semejante empresa.
Hay crueldades insospechadas. Las conductas insensibles como estrategia de poder, el relato de lo apolítico, el discurso de "nosotros no tenemos línea editorial”. Es una farsa.
¿Por qué habrían de tener chances mañana si en un año y medio, apenas, ya mostraron lo que son capaces de hacer con la ideología adversa?
Destruir, proscribir, apagar y censurar.
Un amigo asegura que en los argentinos, en cada uno, hay dos enanos que, según las condiciones sean favorables o no, crecen: un enano fachista y un enano burgués.
Mañana Walt Disney va a ganar en CABA. Después de mucho daño minucioso celebrará su hora de esplendor, su hora alta.
Mierda carajo.