Los primeros días nos pareció penoso porque ambos habíamos dejado en la parte tomada muchas cosas que queríamos.
Julio Cortázar
Casa tomada
Antes se podía cruzar por el camino del arroyo. Estaba sólo el alambrado del barrio Los juncos y uno venía de la ruta y se metía por el sendero que cruza el arroyo y enseguida veía los árboles y el molino viejo y las primeras casitas de madera. Después vendieron el campo de los misioneros y alambraron desde la punta del otro tejido y ellos con las casitas y el chiquero de Leguiza que está justo en el fondo quedaron como arrinconados entre los dos alambrados. Ahora se baja del carro porque siente renguear al Almirante y le habla despacio y le acaricia el pescuezo y después le levanta el casco donde tiene la herida. Va hasta el carro y se saca el cuchillo de la cintura y corta la punta de la loneta. Después tironea y la lona se rasga todo a lo largo y le queda una tira bien fuerte y bien dura. Le da una sola vuelta al casco y anuda justo en la herida y recién después empieza a vendarlo con el resto de la tira que le queda sobrando.
Se sube al carro y sigue andando y antes de llegar al callejón del molino se cruza con Cardozo que viene saliendo en el Dodge. Cardozo lo ve y para y se baja del auto con el motor en marcha. Le hace una seña con la mano mientras va para adelante y se pone a acomodarle una óptica al Dodge que siempre se le está saliendo. Hoy volvieron y estuvieron hablando con la gente, le dice Cardozo; cuando Leguiza los vio fue y se puso a discutir y se armó un despelote que… Se refiere a los tipos del municipio y a los de la empresa que quiere los terrenos donde ellos están para agrandar la cancha de golf del barrio de al lado. A la noche nos reunimos todos en lo de Leguiza, agrega Cardozo. Ahora se sube al auto y le grita a uno de los chicos que está tocando a cada rato la bocina. El pibe salta al asiento trasero con los otros y todos se ríen y Cardozo que sigue renegando. Yo ahora vuelvo, los llevo a estos a la escuela y vuelvo, dice y se ponen en marcha nuevamente.
Llegó al barrio y el clima estaba algo tenso porque además habían empezado a cavar los pozos para el alambrado del otro campo y ellos ya no quedaban en el rincón de los dos tejidos anteriores sino que ahora se verían encajonados y con un solo lugar para entrar desde la ruta. Le sacó los tiros y la cincha y la pechera al Almirante y lo ató a la maroma que tenía en el árbol para que no comiera porque pensaba curarle el casco y no quería que se estuviera moviendo.
El barrio se llamaba El Molino y ahora el molino quedaba del otro lado del alambrado nuevo y eso en algún lugar y de alguna manera le estaba molestando. Sentía que algo de lo que ellos eran o habían empezado a ser desde que los trasladaron a estos terrenos empezaba a perderse. Por fin después de mucho tiempo de andar rodando por las villas de la capital y por los descampados de donde siempre los estaban echando habían conseguido un lugar donde establecerse. Ahora veía el viejo molino de chapa y sabía que en pocos días iban a venir a tumbarlo y él pensaba que ese hecho en apariencia insignificante volvía a dejarlos en la misma situación de siempre.
Estuvo limpiando la herida en el casco del Almirante y después la desinfestó y lo vendó con un trapo bien limpio y bien ajustado. Le hablaba al caballo para que estuviera tranquilo mientras le apretaba el vendaje. El Almirante se quedaba bien quietito como un chico obediente y él se acordaba de cuando lo fue a buscar al horno de ladrillo en General Rodríguez. Andaba con el bolso vendiendo medias a las afueras del pueblo y agarró por una calle que después estaba cubierta de pasto y en un descampado vio el horno y al Almirante caminando en el pisadero. Se le veían todas las costillas porque allí en el horno nadie lo alimentaba y sólo lo dejaban un rato suelto con los otros caballos en el descampado para que mordisqueara un pasto seco y quemado por la helada. Le ofreció una plata al tipo del horno y al otro día fue a buscarlo y se lo llevó caminando por el costadito de la ruta. Caminaron casi un día entero hasta llegar al barrio y él enseguida fue a comprarle maíz y el caballo comía y casi no levantaba el pescuezo del balde con maíz y de la pileta con agua.
A la noche estuvo en lo de Leguiza y en pocos minutos todos estuvieron de acuerdo en que de allí no se iban y no los sacaba nadie. Allí se enteró que a la mañana cuando los tipos vinieron a hablar para tratar de convencer a la gente de trasladarlos a otro lugar en un momento habían empezado a volar algunas piedras y unas maderas y los tipos tuvieron que subirse corriendo a la combi en la que habían venido y salir disparando.
Estuvo unos días sin poder salir a juntar a la calle. Le revisaba y le limpiaba la herida al caballo y pensaba que para curar esa rajadura en el casco necesitaría toda la semana. Una tarde estuvo quemando todos los cables que tenía y juntó bastante cobre y aplastó las latas de cerveza y de gaseosa y juntó los pedazos chicos de aluminio y metió todo eso en una bolsa. Salió para el pueblo a vender aquellos metales al chatarrero y después se fue al centro y se comió una hamburguesa en un puesto de panchos y estuvo un rato sentado en un banco viendo caminar a la gente en la plaza. Le cargó crédito al teléfono y llamó a su hermana que vivía en Pontevedra y ella se puso contenta de escucharlo y le preguntó cómo andaba y qué era de su vida. Él notaba de tanto conocerla que detrás de esa alegría y de esas palabras vibraba el comienzo de una tristeza que ella se negaba a mostrarle del todo. Después de un rato de estar hablando él se animó y le preguntó qué pasaba pero ella no le contestó y se puso a hablar de otra cosa.
-¿Te volvió a pegar, Lali? –preguntó al fin él y escuchó el silencio creciendo del otro lado de la línea- …qué hijo de remil…
Ahora la escuchaba llorar y el dolor se le hacía más grande que los insultos y que cualquier amenaza y cualquier promesa de ir a buscarlo y terminar de una vez con ese imbécil que tanto había hecho sufrir a su hermana.
-Ya se fue… -alcanzó a decir ella cuando él le dijo que iba para Pontevedra-. Se llevó sus cosas y algunas de las mías así que no creo que vuelva.
-Bueno… agarrá todo y venite –le dijo él- …tampoco vas a estar de un lado para el otro y siempre alquilando y siempre…; agarrá lo que puedas traer y venite que yo tengo lugar y te quedás acá conmigo y después vemos…
Estuvo durante todo el viaje de vuelta pensando en la situación de su hermana. El colectivo lo dejó unas cuantas cuadras antes porque habían cortado la ruta y se desviaba del recorrido. Se estaba haciendo de noche y él caminaba sobre el asfalto y veía unas luces amarillas parpadeantes y el amontonamiento de gente a lo lejos. En un momento lo pasaron a toda velocidad dos patrulleros con el ruido enloquecido de las sirenas encendidas. Cuando estaba llegando se cruzó con la mujer de Cardozo que traía una criatura en brazos y otra de la mano y repetía el nombre de su hijo mayor a los gritos. Él alcanzó a preguntarle a un viejo que venía corriendo con un colchón enrollado al hombro qué era lo que pasaba. El tipo le gritó desde lejos que habían venido con las máquinas y estaban arrasando con todo. Derriban todo… derriban y se llevan por delante y… gritaba el viejo en medio de un ataque de nervios.
La desbandada de personas y de perros era más importante a medida que se acercaba al barrio y antes de llegar vio el cordón enorme de policías que no dejaban acercar a la gente. Un hombre que vivía a dos casas de la suya le dijo que Leguizamón y otros vecinos habían sido detenidos y los tenían en un camión celular y él en ese momento vio dos chanchos del chiquero de Leguiza que pasaban corriendo y en medio de esa locura pensó en el Almirante.
Quiso pasar por donde estaban los policías y uno de ellos lo alcanzó con un bastonazo y él casi se cae al piso entonces se fue para el lado del arroyo y desde allí vio las máquinas y sintió el ruido de aquellas mandíbulas de acero triturando y empujando las casuchas hacia la salida del barrio. Cuando llegó al arroyo empezó a sentir un olor a quemado que se meszclaba con el del agua podrida y vio al Almirante tirado y con una pata rota y los ojos desesperados tratando a cada momento de levantar el pescuezo. Le vio el vendaje que él le había hecho en uno de los cascos y en ese instante pensó en si no se le había aflojado y le dio rabia esa ocurrencia absurda y sacó de inmediato el cuchillo de la cintura. Buscó casi a ciegas el lugar palpitante en el pecho y clavó allí el cuchillo y se dio vuelta y se fue porque no quiso quedarse viendo como la vida del Almirante se escapaba en ese chorro de sangre caliente y oscuro y violento. l