APUNTES DESDE LA OTRA VEREDA: Eso

por Hernán Deluca

4 de agosto de 2010 - 00:00

 

 

Retornaron.

Una sensación conocida es anticipada por su fragancia. El paréntesis, una burbuja en el medio del automatismo. Momento íntimo que no todos comprenden. Especie de cuelgue sin agregados. Aflojo las piernas y me dejo caer. Mis recuerdos han llegado para guarecerme de todo aquello que me hostiga. Llamémosle, dolor, molestia, bronca.

Están aquí y no debo vestirme para la ocasión. Los recuerdos caen cuando quieren, porque, claro, tienen llave. Abandonan su cajón para iluminarme. Menos mal, porque tanta lluvia estaba comenzando a hincharme la paciencia. Es sencillo, disuelvo la mirada y los veo. Cada vez se te entiende menos, Hernán, escribe el desahuciado lector.

Ah, mis recuerdos, atravesando la luminosa galería, arrancando un par de rosas, posándose en mi pecho. Del lado de adentro.

Cada vez que estiro el brazo, el suyo me está esperando. De ida y de vuelta. Al jardín, al colegio. Mamá apura el paso porque, en casa, tiene que hacerlo todo. Soy testigo de sus ropas, de esa inocencia con pocas pulgas, de esas ganas de pasear. Mamá camina cada vez más rápido. Quiere llegar primero, siempre. Cuando podemos, nos hacemos el mismo chiste. Yo me paro en un precipicio y me tiro. Ella, abajo, me espera con los brazos abiertos. 

A pesar de la diferencia, somos iguales. El calor nos aplasta pero seguimos. En medio de una isla entrerriana nos miramos sin hablar. Nos hablamos sin mirar. Hace rato que el vino hizo efecto. El mismo vino nos mete en una casa abandonada. Silencio. No hay testigos de este milagro. De repente, dos hermanos personificando mitades perfectas. Es hora de regresar, de ir hacia el resto. El mate y las tortas esperan. 

La rugosidad de sus dedos, el calor de su compañía. Un vaso de Gancia humedece a la anécdota por venir. Pesca, caza o el volar de aquel pájaro. Un asado, nada de ensaladas. En el medio del campo, el hombre de las mil vidas tiene cara de abuelo. El mío.

La contemplación de mi viejo en una tarde fría y gris. Caminamos por la calle Florida. Dandys en un mundo de dos habitantes. Vacaciones de invierno. Un acontecimiento olvidado, ignorado por los libros, sucedió en esa esquina, en la puerta de ese bar, yo lo sé porque él me lo cuenta. En este preciso momento me lo cuenta. No debo crecer sin saberlo. Sonrío y lo observo desde mi baja estatura. Escena que se repite cada vez que escapamos hacia la gran ciudad. Esta vez, fue para ver la nueva de James Bond, una con Roger Moore o Sean Connery. El recuerdo falla.

Saboreo un sánguche de salame con manteca. No habrá ninguno igual, no habrá ninguno. El té es invadido por el apuro de la niñez y Berugo Carámbula busca coincidencias en el televisor. Alcoyana, Alcoyana. La casa de mi abuela será eso. Felicidad.

La niña y el hombre juegan en el medio de la soledad. Recién comienzan con esta nueva vida. No hay telas colgando de la fantasía, sin embargo, desde las alturas, ella me muestra cada uno de sus movimientos. Danza una coreografía llamada valentía. Mi hija, aún hoy, me alecciona sobre todo.  

La fragancia se hace más intensa. La luz en la ventana anuncia un nuevo día. La mejilla recibe a la realidad. Sorpresa, no hay brusquedad, todo lo contrario. Con suavidad, dos labios se apoyan en mi frente. Los ojos de mi amada, un desayuno en el alma. No es un recuerdo, es hoy.

Miro hacia la puerta, los veo alejarse. Caprichosos, los recuerdos me trajeron a los que están aquí, en este rincón y me dejaron una perdurable caricia. El corazón abierto, ese es el primer paso.

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