Debería importarme la técnica. En la ciudad de los anti todo, donde muchos improvisan con los codos, no está mal saber cómo hacen las cosas aquellos que realmente la junan. Pero, esto no sucederá hoy.
En este momento, sobre un piso recién aseado, me veo superado por súbitas emociones. Grabado, arte digital, fotografías. Creo comprender los términos pero la ignorancia es más fuerte. Igualmente, lo que se impone es otra cosa.
De todos los trabajos exhibidos hay una serie que llama mi atención. En realidad, y siendo más específico, es la presencia de una niña lo que me inquieta. Una niña que me mira y no me suelta. Sus ojos o, quizás, el virtuosismo de la artista, me sumergen en un mundo nuevo. Sin moverme, viajo en el tiempo, hacia días en blanco y negro. Una habitación que aparenta estar vacía, una escalera que esconde un secreto, una puerta hacia la luz, una multitud cruzando una avenida. Apariencias. Fantasmas de un pasado ajeno. En el corazón de todos los encuadres, ella. “La niña y el mar”, “El paseo de la niña”, serie “Los miedos”. ¿Qué es esto?... Arte.
Ni siquiera oigo a ese grupo de abuelas pilarenses que, desde un rincón helado, reviven una jornada a puro canto. Estoy aquí, en el centro del salón, sin comprender a los engaños artificiales (otra vez, las técnicas), conectándome con ella (¿o ellas?).
Persistente en cada imagen, la artista, su creación y la niña, incomodan y seducen. Y, eso, justamente eso, debe provocar el arte. Sin conmoción no hay nada. Ese puñado de charlatanes que creen comerse el mundo a puro desparpajo debería acercarse a la muestra para entender qué pasa cuando una imagen modifica. Son unos cuantos los intuitivos de la vulgaridad que deberían aprender a callarse y comenzar a apreciar.
Sin despegarme de esta improductiva reflexión de atardecer, acomodo mis lentes y estiro el cuello hacia el garabato. Alguien debe hacerse cargo de esto que me pasa. La firma la delata: Emma Calviño. Minutos después, ahora, quiero decir algo sobre ella, comentar lo que esta mujer pudo hacerme… pero me faltan las palabras. Apenas, puedo decirles que sus trabajos rescatan el silencio y dialogan con mis temores. Fotografías intervenidas, dirán los especialistas. Para mí, son ventanas, capaces de rescatar las infancias de aquellos que se arriesguen.
Recién, cuando los días hayan pasado y esa frialdad entrometida quiera opacar la sacudida de esta tarde, podré hacer una descripción más detallada de lo vivido. Por el momento, solo puedo recomendarles que se acerquen a la Casa de la Cultura de Pilar (Rivadavia 370) o visiten su página web (www.emmacalvino.com.ar) para saber de qué les hablo.
Vivir con la ayuda del arte. No pasa seguido.