Soy Mano: Gordo Leo

por Víctor Koprivsek

3 de julio de 2010 - 00:00

 

Todos andamos un poco locos, sí, a las corridas de acá para allá, vendiendo, cobrando, pagando, apurando a los proveedores, tentando a los clientes, sin vacaciones ni descanso, envueltos en el aire, empujados por el envión, tapando agujeros y viviendo como si el día de hoy, fuera el último. Todos locos.

Pero de repente ¡¡¡Pum!!! Pasa algo y cae la ficha, y el sonido del acontecimiento inesperado repercute en el fondo de tu alma loca, deteniendo el tiempo, alterando lo trazado y sacudiendo el recorrido rutinario de la vida apurada.

La muerte de un amigo por ejemplo, de un pibe conocido, un hermano, uno que jugaba al tute con vos, el hijo de alguien, el padre de aquellos, el vecino de enfrente.

Y así fue ¿verdad Leo?

No sé qué pasó, nadie sabe bien. Lo único cierto es que no estabas en Derqui, que te agarró la “Pataleta” (como le decíamos nosotros), y no estabas en casa.

Acá no hubieras muerto, amigo, nadie te hubiera pegado ni nada, de eso estoy seguro, acá sabemos todo.

Cuántas veces sufriste esos ataques de mierda, en la calle, en el bar donde parabas, en la EG3; y el reparo de la familia, el amor de los amigos, te cuidó. Porque de eso se trata ¿no? de cuidarnos.

Pero esta vez no pudimos, nadie pudo. Lejos del barrio, en uno de esos locales de comidas rápidas llenos de miedo; ahí te agarró la Pataleta; y ahí quedaste, con gente extraña y lleno de policías alrededor tuyo, mirando al loco.

Y ahora encima nos tenemos que bancar el sensacionalismo de algún matutino nacional, ocupando media página en mentiras, diciendo que entraste a robar y no sé cuánta gilada más. ¿Qué saben ellos?

Que quede bien claro: Leonardo Irigoyen no entró a robar a ningún Burger King.

Fue un hijo de Derqui, un pibe de barrio, un buen amigo y no entró a robar a ningún lado, como se empeña en decir Crónica y TN.

De eso ponemos las manos en el fuego aquellas y aquellos que anoche lo lloramos en su partida.

Ahora tranquilo, seguro que tu viejita linda te estará abrazando. Seguro que ya te volviste niño en el cariño de la Toli.

Escribir de la muerte es escribir de la vida. Vida que fue y dejó una huella, porque todos dejamos algo de nuestro paso por acá.

Chau cabeza, nos toca el saludo que nunca queremos dar. Decirte: -Hasta siempre Leito, Derqui te llora desde el pibe que fuiste, allá cuando todos íbamos a aprender a nadar a la pileta del Unión o en el colectivo escolar cuando el capricho de nuestros padres nos mandaba al Verbo Divino a estudiar.

Te llora el barrio, desde el joven que reía en la barra amiga hasta el hombre y padre que te convertiste en los últimos años.

Es un duro golpe tu partida, semejante manera de decir adiós. Pero tu nombre no se mancha, todos sabemos quién fuiste y esa es la única verdad. Los más sinceros respetos a tu familia. Cosa rara esta vida, viejo amigo.

 

 

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