¿Todos somos iguales ante la ley?
Circula, dicen, cuentan, se escucha, se lee, que desde el seno de la Iglesia Católica Apostólica Romana * (¿cuándo no?), están juntando firmas, bajando línea en colegios confesionales, involucrando hasta a los niños, generando una movida para frenar la Ley de Matrimonio Civil entre personas del mismo sexo y sobre todo para impedir la adopción a estas parejas. A tanto llegan, que hasta están planteando cosas como “¿se imaginan a los hijos de ustedes compartiendo el aula con los hijos de los homosexuales?”
La verdad que ya nada me sorprende, cuando estos cuestionamientos parten del mismo sector que ha sido cómplice de la peor dictadura de la historia, que ha callado la tortura, la desaparición de niños y hasta bendecido los tristemente famosos vuelos de la muerte. Los mismos que cuando en la impecable convocatoria a un Congreso Pedagógico durante el gobierno de Raúl Alfonsín, en defensa de la escuela pública, llenaban micros con gente que iba a levantar la mano sin si quiera haber participado de una sola reunión. Claro, sentían que podrían verse afectados sus intereses, pero por supuesto nada de eso pasó. ¿Quién le pone el cascabel al gato?
O cuando llegaron a sacar en procesión a la Virgen de Luján, que nunca había salido de Luján, hasta la Catedral Metropolitana ante la promulgación de la Ley de Divorcio.
Eso sí, no recuerdo acá en Pilar, que se hayan juntado firmas ni organizado marchas, para repudiar al cura abusador de menores, Napoleón Sasso, apañado por la jerarquía de la Iglesia local.
Entonces me pregunto ¿quiénes son los inmorales? ¿qué más decir amigas del Soy mano? Considero que las leyes deben acompañar los cambios de la sociedad, para dar las mismas posibilidades a todas las ciudadanas y ciudadanos y que se cumpla definitivamente la premisa constitucional de que “todos somos iguales ante la ley”. Desde ya la promulgación de una ley, cualquiera sea, no obliga a ninguna persona a realizar actos que no estén de acuerdo a los preceptos de su religión, que no estén de acuerdo a sus principios éticos o morales. Simplemente sirven para regularizar situaciones que ya se dan y para que cada uno pueda decidir sobre su vida, sobre su cuerpo, en un marco legal. Hay demasiados niños en la calle, en institutos de menores necesitados de un hogar donde se les dé contención, posibilidades de mejorar su calidad de vida, educación, salud, esperando que alguien los adopte. Entonces me vuelvo a preguntar qué es mejor: la calle o la posibilidad que una familia sea cual fuere su identidad sexual, sea capaz de darle simplemente amor.
* Salvo honrosas excepciones