APUNTES DESDE LA OTRA VEREDA: Gracias por la amenaza

por Hernán Deluca

12 de mayo de 2010 - 00:00

Cerré la puerta y aproveché una inesperada soledad de domingo. Preparé el terreno. A menos de 24 horas, necesitaba reencontrarme con ellos. Tener un pequeño momento íntimo donde, la felicidad que navega en mi sangre, se hace sonrisa. Lo hice despaciosamente. Digo, eso de romper el celofán para entregarme a un placer que cuesta comprender. De repente, su arte quemaba mis manos. Arte.

Ahí estaba, mirándome. Una anhelada cajita plástica cubriendo un CD,  atesorando la música de tres bestias con cara de niños.

Lo escuché de un tirón, sin poder hacer otra cosa. No hubo mates ni diario dominical. Ni siquiera, respiración. Tenía que ser aquel cuerpo sentado en un sillón. Yo.

En el mismo instante en que en otras partes del mundo se definían campeonatos de fútbol, mi personaje más creíble bebía rock. Cientos de años de ficción. Bien, ya estaba viajando. Sobrevolando la noche anterior, yendo, incluso, más lejos. Sin tiempo ni espacio. Un cosquilleo en el traslado, eso le pido a cualquier obra artística. Viajar, con un bolso repleto de emociones. Cuando un libro, obra teatral, película o disco logra abrir esas puertas, ya está, misión cumplida. Los responsables de esas maravillas enriquecen mi futuro. Arte, ficción, los días que vendrán.

A todos les digo que son mis amigos. Que los conocí hace unos años, cuando los vi sobre el querido escenario de Integrarte. “Cartón” fue la canción que se robó mi atención. Una guitarra que va y viene, un bajo que hipnotiza y ese redoblante que parece ponértela en cualquier momento. Aquella noche abandoné la seguridad que me ofrecía la barra y caminé hacia ellos. Estuve a dos metros de la amenaza. ¿Quiénes eran estos pibes con tanto rock en las venas? ¿Quién era yo que, encerrado en un falso trabajo creativo, me había permitido ignorarlos? Buscando los sonidos de antes, dijo el cantante. Fuck, me descubrieron, pensé. Ahí nomás, me apoyé en la pared para no caer.

Algo tiene que pasar cuando tres extraños se dan cuenta que yo soy el hombre que viaja en un sillón.

Con el tiempo, la generosidad de la noche se encargó de poner uno, varios vasos en el medio. Hablamos, nos conocimos, hasta compartí un cover endiablado de Iggy Pop. El sueño del pibe. Siempre que nos vemos nos reímos. Saben, como yo, que la risa es una buena opción para escaparle a la niebla.  

Ya pasó la presentación del disco. Sus nervios, mi ansiedad, ya pueden descansar. En el abrazo estuvo el agradecimiento, a cada uno. Pequeños ángeles en un pueblo que se niega a ser ciudad. Me llevo algunas cosas: la sonrisa sanadora que habita en los parches de Juanchi; el virtuosismo energético de Jose; la profundidad sin caretaje de Pablo. Gestos que me mejoran. Y, también las canciones, claro. Rock.

Ahora, apenas iluminada por la luz del monitor, luce la necesaria frase que empapeló las calles de Pilar: “El día para las amenazas”. Más que frase, un deseo, (los de espíritu inquieto siempre queremos que pase algo). En uno de los estantes, puedo afirmar que es una advertencia para tanto rock de allá. Pero, ahí se quedará, en un lugar del corazón. Alfabéticamente, a la derecha de Patti Smith y los Stooges, a la izquierda de los White Stripes y The Who. Pegada a la Velvet Underground.

A todos les digo que Valtasar es la banda de mis amigos, tres bestias o ángeles que me devolvieron la fe. Casi nada.

 

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