Muy complicado el otoño de aquel año. A nuestro amigo Dufur le tocó arrear, como capataz, una tropa de 200 vacas de cría desde Manzanares, Partido de Pilar, hasta un campo grande, pasando Tres Arroyos, cerca de la Costa Atlántica, Cristiano Muerto se le llama a ese pueblo.
Para esta ocasión, compleja desde el mismo arranque, eligió como compañera de viaje a su yegua overa rosada a la que llamaba “la Bullanguera”. Al atardecer del cuarto día, pasando Cañuelas, se presentó una tardía tormenta de verano; noche cerrada, rayos, centellas y una feroz estampida de las vacas.
Galopar nervioso de los troperos, gritos y consultas por si se había perdido algún animal y la voz melodiosa y mansa de Dufur aclarando “en el último relámpago alcancé a contar ochocientas patas, desde luego están las doscientas vacas de la tropa”.
Así pasaron Laguna La Salada, San Cayetano, Energía y por la 72 hasta llegar a Cristiano Muerto tras muchas jornadas de tropear, de día y fogones, charqui y milongas de noche.
Luego del merecido descanso durante un par de días, el pilarense Dufur con la Bullanguera comenzó el solitario regreso a su pueblo. El tiempo comenzaba a enfriar las noches bajo las estrellas, pero como toda vuelta al pago, no pudieron las inclemencias meteorológicas, la poca comida, ni el cansancio frenar a Dufur y su compañera.
A su nuevo paso por Cañuelas el frío era muy intenso. Por Marcos Paz, comenzó a nevar fino. El segundo mediodía alcanzó a reconocer a General Rodríguez bajo nieve. Hizo noche y al otro día se dispuso a llegar a los pagos de la Virgen Del Pilar, como siempre, bien montado en su fiel yegüita criolla.
En la tarde noche de ese día, del final del otoño de ese año, Dufur se topó con una llanura blanca, muy grande, en el lugar donde según su orientación debía estar cerca su Pilar y decidió hacer noche allí. Ató a la Bullanguera a una única saliente de hierro que encontró; con el recado armó su camastro y a sabiendas de estar, después de tantos y tanto días, en su patria chica, durmió intensamente hasta el mediodía siguiente.
Cuando regresó del mundo de los sueños, en un muy soleado día, comenzó a reconocer algunas cosas que lo rodeaban, una vez retirada la nieve, y escuchó a lo lejos el relincho de la Bullanguera y al elevar la vista, la encontró todavía atada al hierro que resulto ser la cruz de la única torre de la iglesia de Nuestra Señora del Pilar.