por Celeste Lafourcade
Sus paredes encierran 115 años de historias, fábulas y curiosidades. Anécdotas políticas y personales siguen rodando por los pasillos del edificio ubicado en la esquina de Rivadavia y Bolívar. Por él pasaron más de 50 intendentes cuyas decisiones, acuerdos, traiciones y disputas marcaron el destino de Pilar. Sin embargo, el verdadero soberano del palacio municipal no se sienta en el sillón de Lorenzo López.
A fines del siglo XIX comenzaron a levantarse los cimientos del edificio de gobierno comunal frente a la plaza 12 de Octubre, aunque tuvieron que transcurrir varias décadas para que la construcción fuera destinada exclusivamente a la administración pública municipal. Hasta muy entrado el siglo pasado, en el lugar convivían el registro civil, una sala de primeros auxilios, y los calabozos de la comisaría ocupaban el actual patio trasero.
Pero existe un detalle escabroso que hace el verdadero aporte a la leyenda más paranormal que rodea al palacio: a metros del lugar funcionó también una sala velatoria de la firma Ponce de León, así como su correspondiente depósito de ataúdes. Y parte de sus carruajes fúnebres todavía descansan en el garage lindero.
Al final de la escalera
Nadie vio su rostro ni sabe su sexo. Su identidad también es parte del misterio. Pero las precisiones aportadas por quienes aseguran haber sido testigos de su presencia, dotan a la historia de un realismo inquietante. También están, vale decirlo, los que rebaten su existencia con risas socarronas más contribuyen con sus refutaciones a la circulación del mito.
En el afán de reconstruir el relato en primera persona, acudimos a quien es desde hace algunos meses el máximo responsable del palacio municipal. Antes de señalar las fuentes calificadas para el caso, Carlos C. reconoció que “la historia existe y yo escuché ruidos varias veces estando solo. Antes, cuando se iban todos si había algo que hacer me quedaba, ahora ni loco, cuando no queda nadie yo también salgo”.
“Una madrugada el pintor y su ayudante –agregó- estaban trabajando en el primer piso y no sé qué escucharon pero salieron corriendo, dejaron todo como estaba y juraron que nunca más volvían de noche”.
En búsqueda de más datos, llegamos hasta el sereno más antiguo que tiene el edificio. Apartándose por un instante de su radio portátil, Paladino admitió conocer la historia aunque mostró sus reparos a la hora de avalarla. “Cuando entré me decían que había una mujer de blanco que bajaba las escaleras, yo nunca la vi. Sí es cierto que se escuchan ruidos pero puede ser por las maderas que ceden”.
No obstante, después de despedirse soltó una confesión con sabor a guiño cómplice: “un domingo estaba acá, no había nadie, y de pronto el ascensor subió y bajó solo”.
Las pistas del espíritu del primer piso nos llevaron, por último, hasta un empleado con 29 años de trayectoria en el municipio. Un hombre de piel curtida y voz quebrada por el tabaco, que con la primera palabra despejó cualquier duda sobre su posición frente al mito: “sí, es verdad, hay algo, se nota, alguien está. Es muy difícil transmitir hacia otra persona lo que uno siente. Se percibe en el cuerpo la sensación, no querés mirar y de pronto ves una sombra…o se siente un ruido”.
Con un relato pausado, casi teatral, Víctor Zimerman aseguró que “se ve una sombra en la escalera, se escuchan los pasos, puertas que se abren y se cierran, siempre en el primer piso. Muchos me dicen que es el movimiento del lugar, una puerta que cede… no… porque en días donde no hay viento, donde las banderas no se mueven, se escuchan los mismos golpes”.
Avalando el episodio de su compañero con el ascensor y avivándolo con sus propios aportes, fue más allá: “la puerta del pasillo es eléctrica ¿Quién pulsa?... A veces, por la noche, se escucha el timbre del pulsador”. “Una vez –siguió- no me olvido más, escuché pasitos como una persona que caminaba. Y cuando giré la cabeza vi la sombra reflejada contra la pared”.
El hombre, tiene una historia personal curiosamente unida al edificio: una de sus hermanas nació allí en el año 1952, otra de ellas fue velada en la antigua cochería en el 68 y él se casó en el registro civil que allí funcionaba en el año 71. Se apasiona sumando datos: “cuando hay mucha niebla y el día está pesado se pone como loco, baja, sube, se prende la luz, se apaga, se abre la puerta. He ido al primer piso, he prendido las luces y a la hora siguiente estaban apagadas”.
“Nunca me dio miedo”, manifestó, aunque una tibia mueca de duda que amenazó con delatarlo, lo obligó a desdecirse: “bueno, sí. Sentí miedo una noche… era una sensación de angustia, me fui a dar una vuelta, vine, me preparé algo para tomar, pero parecía que había alguien al lado mío. Caminaba hacia la puerta y sentía frío”.
Sin mayor interés por fantasear con la posible identidad del fantasma, Zimerman se limitó a remarcar que “no molesta, pero se maneja a sus anchas a cualquier horario y en cualquier día”.
En su entusiasmo por transmitir certezas, juró que “Pancera formaba parte del grupo nuestro, lo pasaron a la noche, estuvo dos días y se fue. Otro que trabaja en Ceremonial y me reemplazó cuando estaba de vacaciones, la guardia la hacía en la puerta principal del lado de afuera y los llamaba a los muchachos de la plaza para que le vengan a hacer compañía, no quería estar”.
Pero sus confidencias, fueron incluso más lejos: “hay funcionarios que no quieren subir solos”.
Cinco de la tarde. Se cierran las puertas del palacio. Ya no hay empleados, pero Zimerman sabe que no se queda solo.