por Alejandro Lafourcade
por Alejandro Lafourcade
a.lafourcade@pilaradiario
Desde que, a partir del drama de los refugiados sirios, se conoció la imagen de un niño ahogado en costas europeas, las agencias internacionales han colmado a los medios de fotos impactantes.
Entre ellas, hubo una en la que se advertía a un joven de barba y pelo largo, salvando a un chico de lo que era una muerte segura. La persona en cuestión resultó ser un vecino de Zelaya: Nicolás Migueiz Montán, de 34 años, guardavidas que decidió ser uno de los voluntarios que interviene en la tragedia diaria del mar Egeo.
En los últimos días, Nicolás –radicado en Barcelona desde 2007- volvió a pasar otras dos semanas en la isla, continuando el trabajo. De regreso a tierras catalanas, dialogó con El Diario sobre estos momentos que lo marcarán para siempre.
-¿Qué diferencias hubo entre el primer viaje y el segundo?
- La situación cambió de manera abismal, aunque siguen pasando muchas cosas: hace cinco días hubo un naufragio en el que murieron 18 personas, pero en otra isla. En Lesbos, después de aquel naufragio de 300 personas hay muchos más recursos. El boom mediático hizo que se acerquen organizaciones grandes.
Como parte de
-¿Cómo encaraste el segundo viaje, ya habiendo conocido la situación?
- Cada 15 días nos relevan, e intentamos que se repitan los equipos. Antes éramos seis y ahora ocho. En nuestro caso fuimos dos, Fiorella (otra argentina) y yo los que repetíamos, el resto eran nuevos. La dinámica era diferente, con mejor equipamiento, preparado para el invierno. Además hubo menos trabajo. Aquella primera vez sorprendió a todo el mundo, fueron los 15 días en los que más gente cruzó y cuando se dieron los hechos más trágicos. Igual sigue habiendo muertes.
Repercusión
-¿Temés que se termine naturalizando esta tragedia?
- De hecho, ya se naturaliza… Es un gran problema. Cuando se viralizaron las fotos, las imágenes recorrieron el mundo, pero en Argentina el impacto surgió a partir de El Diario. Al principio con Fiorella no queríamos hablar, la exposición nos shockeó. Decidimos no hablar con la prensa porque nos ponían como héroes cuando no tocaba. Pero periodistas que estaban con nosotros nos aconsejaron que aprovechemos esta repercusión para que no se normalice.
Sobre esto, el joven reconoce que “nos pasa a nosotros mismos, al principio es catastrófico y después empezás a ver con normalidad que la gente cruce en botes, con chicos y abuelos. Lo ves normal. Si nos pasa a nosotros, a los que no lo viven y solo se enteran por fotos, también”.
Pero, por otra parte, opina: “Desde lejos no se tiene demasiada empatía, pasa en otro lugar del mundo, parece muy ajeno. Hasta en España parecía lejano, pero con el boom mediático la gente comenzó a tomar más conciencia”.
-Aquí nos identificamos más con lo occidental…
- Por eso se me generó una disyuntiva cuando ocurrieron los ataques en París, la gente se solidarizaba con Francia, pero nosotros acá dábamos charlas para explicar todo el contexto, la historia, y que luego tomaran partido por quien quisieran. Quizás se sienten con más empatía hacia Francia, pero los sirios son muy parecidos a los occidentales, en los rasgos, en su buen poder adquisitivo. Los que escapan son profesionales, universitarios, doctores, gente que habla tres idiomas… Algunos compañeros veían a los bebés iguales a sus propios hijos.
-¿Cómo es el final del día, en semejante contexto?
- Antes de salir nos ve un grupo de psicólogos. En realidad, el día nunca termina, algunas embarcaciones llegan a cualquier hora. Nos acostábamos a las 21 sabiendo que en cualquier momento nos levantaban. He pasado 30 horas sin dormir.
-Pero hablan entre ustedes…
- Cuando tenemos un tiempo vamos hablando sobre lo que vivimos. El día del naufragio intentamos hablar sobre todo lo que habíamos vivido. Lo necesitás. Quizás caiga mal, pero hasta terminás riéndote, porque es una manera de descargar mucha tensión de cosas que se viven. Un sarcasmo que hace falta para poder afrontar mejor la situación.
Bisagra
Entre ambos viajes, Nicolás recibió la visita de su madre, la docente Lidia Montán. “Ya estaba programado, pusimos esa fecha por el fin de la temporada. No sé si fue casualidad, pero fue justo, tener a mi vieja que entiende mucho de tender una mano y escuchar fue genial. Vino en un muy buen momento”.
De familia muy conocida en Zelaya, recuerda que en casa “siempre se vivió ese clima de dar una mano, mi vieja con la guardería materno-infantil, luego con la escuela de oficios,
No obstante, asegura que “no me imaginaba que era así, en ningún momento hubiese podido proyectar todo lo que se vive en Lesbos. Cuando estás en la actividad te impacta, estar viendo la cara de la gente, cómo reacciona cuando llega…”.
-¿Esta experiencia significa una bisagra en tu vida?
- Sí, porque desde ahora me es imposible ver algunas cosas de la misma manera. La situación que se vive ahí es muy diferente a lo que estamos acostumbrados a vivir nosotros.
-¿Cómo tomás la repercusión sobre tu persona?
- Es raro. No sentís que te lo merecés, porque te ponen en ese papel de héroe, pero no me siento héroe ni un poquito. Genera muchas contradicciones porque tu ayuda no alcanza, te felicitan por algo pero no estás solucionando el problema. Es distinto a cuando, en una playa, rescatás a una persona que se está ahogando. Ahí sí hay orgullo, solucionás un problema y tema terminado. En cambio, en Lesbos te sentís reconfortado por poder ayudar a mucha gente, pero solamente aportás una pequeña ayuda. Me sentiría orgulloso y feliz si realmente pudiera terminar con el problema, pero acá cuando participás de un rescate, a los 5 minutos ocurre una tragedia…