Por Victor Koprivsek
Por Victor Koprivsek
Ana llegó a Buenos Aires a los 15 años, proveniente de un pueblito de Misiones llamado Jardín América. Se mudó a casa de unos familiares en el barrio
“A los 18 años volví a Misiones para tener a mi primer hijo Gabito”, confiesa.
Después de cuatro meses regresó al conurbano bonaerense y ya no se fue más. Con empeño y convicción pudo formar una familia junto con su esposo Gabriel Díaz. Juntos se mudaron al barrio Sansouci de Presidente Derqui hace más de 10 años.
“Llegamos a Derqui cuando el “Colo” (segundo hijo) tenía dos años, ahora tiene
“Ahí plantamos nuestra 4 x
El fondo del barrio la recibió a puro campo entre vacas y distancias.
“Éramos los últimos, me acuerdo que las cabras no me dejaban entrar a mi casa, había una canchita en la esquina y después era todo espaciado. Nosotros tenía la casilla sin alambrado ni nada, era todo abierto”, dibuja con palabras las imágenes que la recibieron.
“Mis dos hijos iban a jugar a la pelota en la canchita de la esquina, yo los miraba desde mi casa. Pasaron dos o tres años, los chicos seguían creciendo, yo los llamaba a tomar la merienda como corresponde y empecé a ver que los otros chicos seguían jugando a la pelota, todo el día. Entonces les pregunté a mis hijos si los demás no iban a tomar la merienda a sus casas, y me dijeron que no”.
Así comenzó todo. Un día invitó a un grupo a tomar la leche a su casa y al poco tiempo los cimientos de
“Me acuerdo que en casa todavía no teníamos la galería, seguía siendo una casita de chapa sin baño ni agua, tampoco teníamos piso de material”, advierte Ana.
Tiempo y trabajo hicieron posible la vivienda de material, con dos habitaciones, baño y al final una galería de dos metros por siete donde comenzó a funcionar el Merendero Chicos Felices.
Primero venían 5, 10 chicos, después 15, 20. Ya no era tan fácil conseguir cosas para la merienda, en ese tiempo Ana amasaba 400, 500 torta fritas por día.
“Mi hijo Tomás siempre jugó a la pelota, ahora está en Fénix pero en ese momento jugaba en la filial de River, su técnico era Walter Brito. Yo le comenté que había muchas necesidades en el barrio, muchos chiquitos, y él me empezó a dar una mano, hizo una nota, la primera nota que salió en El Diario de Pilar”.
Y al otro día de la publicación apareció un abogado llamado Julio Blanco.
“Me acuerdo que vino con el diario en la mano, justo cuando él llegó era el horario de la leche, en esa época no teníamos mesitas ni nada, solo troncos, estaban los chiquitos sentaditos y los vagos más grandes todos alrededor, en el pasto con la taza de mate cocido y las torta fritas en la mano. Al ver todo eso, Blanco al otro día trajo 50 banquetas de madera que hasta ahora están”, revive los primeros pasos. Corría el año 2004, 2005.
Desde ese tiempo hasta ahora pasaron muchas cosas. El barrio fue creciendo. Más vecinos, más niños, más ganas de ayudar. La familia de Ana también creció, a sus dos hijos se le sumaron 3 más: Bebucho (8 años), Iván (5) y la princesa, Martina de apenas un añito y medio.
“En casa somos siete, con un solo sueldo no alcanza. Me acuerdo que una vez me había salido una oportunidad para trabajar de portera en un colegio de Derqui, todavía no teníamos el terreno del merendero, y reuní a los chicos para decirles, se armó la ronda en la galería y les dije. Yo tenía una ventanita por donde los miraba. Estaban Rodrigo y Milagros, que son los chicos con los que empecé, me quedó la imagen de Rodrigo en la mesa con las manos juntitas diciendo –Diosito que no consiga el trabajo Ana, Diosito”, se emociona.
Cuando llegó la noche y se lo contó a su marido, él le dijo –Ana, no podes decirles a los chicos no, no hay más leche. Y así fue que Ana siguió firme para adelante.
Hoy gracias a la solidaridad de muchos el Merendero tiene su terreno propio con un hermoso quincho revestido prolijamente en madera y ahora, en este preciso momento en que lees esta nota, se está construyendo un salón de material cubierto de
“El merendero es un sueño, un sueño para los chicos, que gracias al apoyo de mucha gente, se hizo posible. Personalmente me gustaría que el lugar esté abierto todo el día, que los chicos entren y salgan, que puedan hacer computación, que en vez de estar en la esquina el merendero sea su lugar y que haya talleres para las madres. Es un sueño medio loco”, vuelve a sonreír.
Tan loco es el sueño que la casita donde se dio la merienda y los talleres durante todo el año, no tiene rejas. Y nunca faltó nada. Sus guardianes, los más de 100 pibes y pibas del barrio, lo cuidan.
Isabel, Victor, Antonio y la familia Castillo, las madres del colegio Solares de Pilar,
“Para esta Navidad
“Vienen los chicos de
“En Derqui me llevo bien con todos, la gente me saluda, me felicita, yo como que no caigo, para mi es normal, en Misiones nosotros nos criamos en comedores, yo personalmente no tuve una buena infancia. Hay muchos sueños y mucha gente que está en esto y ayuda en el merendero como Vanesa y Cristina “
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