La parábola del ex subcomisario

Supo construir su poder en torno a la imagen de duro al borde de la ley. Hoy está siendo juzgado por crímenes  contra la condición humana. Una historia que interpela a buena parte de la sociedad de Pilar.<br><br>

28 de diciembre de 2010 - 00:00

 

Patti ingresando en camilla al Tribunal de San Martín, donde está siendo juzgado. La sentencia, en febrero.

 

 

por Diego Schejtman

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La imagen de Luis Abelardo Patti acostado en una camilla, con sus ojos cerrados, ingresando a la sala de audiencias donde un tribunal lo esperaba para comenzar a juzgarlo por crímenes contra la condición humana fue una de las que marcó el año que termina. Esa foto ilustró el final irremediable de una parábola política, la de un ex subcomisario que supo transformar su imagen de represor duro en un capital político que lo llevó al gobierno en Escobar y Pilar y lo tuvo como segunda fuerza en la provincia de Buenos Aires.

Por estos días, el juicio oral en el que se juzga a Patti por el homicidio agravado de Gastón Gonçalves y por otros seis secuestros y torturas seguidas de muerte o desaparición forzada, está entrando en su última etapa. Pero la sentencia política está dictada antes que la judicial. La expresó, hace pocos días, el presidente del pattismo de Pilar, Daniel Tamagna: “duele admitirlo –dijo-, pero el Paufe está en vías de extinción”.

La carrera política de Patti, su ascenso y su caída, interpela como pocas a la sociedad pilarense. Con toda justicia, podría decirse que fue en estas tierras donde el subcomisario de la Bonaerense se convirtió en dirigente.

Ocurrió cuando se iniciaba la década del 90 y una movilización organizada por comerciantes y vecinos de Pilar reclamó la libertad del uniformado, detenido por esos días acusado de torturar a dos detenidos en los calabozos de la Comisaría 1a, que por entonces estaba a su cargo; aunque nunca hubiera alcanzado hasta entonces ni alcanzaría después el rango de comisario.

Desde ese momento, su carrera política no paró de crecer. Primero, fue el encargado de sostener la versión oficial tras el crimen de María Soledad Morales, en Catamarca. La posterior demostración de que la investigación de Patti llevaba a vía muerta no melló su imagen.

Después, fue designado por Carlos Menem como interventor del Mercado Central. Allí dio origen a la otra faceta que cimentó su camino ascendente: la del administrador prolijo.

En 1995 llegó por primera vez a la intendencia de Escobar y, cuatro años más tarde, su Partido de la Unidad Bonaerense (antecesor del Paufe) ganó el gobierno en Pilar y depositó en la intendencia a un joven abogado prácticamente virgen en materia política: Sergio Bivort.

Bastaron pocos meses para que Bivort se distanciara de Patti y se recostara en el justicialismo, relegando al pattismo al rol de segunda fuerza en Pilar, que mantuvo aún durante una década y media.

Durante ese tiempo, el partido del ex subcomisario sufrió una sangría de dirigentes; lenta primero, después vertiginosa. Cada vez que asumía un nuevo concejal pattista la apuesta era la misma: cuánto duraría dentro del partido. Solía ganarla el que marcaba el plazo más breve.

Esa diáspora fue la que terminó por llevar al Paufe “al borde de la extinción” donde, tan gráficamente, lo ubicó su presidente. Pero ¿qué la produjo? Cada uno que dejó las filas del pattismo entregó una explicación similar, atada siempre al modo personalista y autoritario con que el líder manejaba su partido.

Nunca nadie declaró haberse ido del Paufe al descubrir la vinculación de Patti con violaciones a los Derechos Humanos. Ni siquiera aquellos que tras dar el portazo devinieron en kirchneristas devotos.

Es que nadie llegó al pattismo a pesar de su relación con la represión en la dictadura y la mano dura en la democracia. Al contrario, justamente fue ese rasgo y no otro el que hizo de Patti la figura que fue. Y eso interpela, más que a nadie, a quienes lo acompañaron en la construcción de su poder y a quienes lo cimentaron desde la sociedad.

 

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