Comedias románticas rebajadas con edulcorante, desfile continuo de superhéroes franquiciados, bodrios en 3D light. Esa es la oferta.
Comedias románticas rebajadas con edulcorante, desfile continuo de superhéroes franquiciados, bodrios en 3D light. Esa es la oferta.
Claramente, ya pasó el aluvión de films “oscarizados” (lo que no es garantía de calidad, claro) y ese minúsculo puñado de buenas historias narradas por autores consagrados.
Si se fijan, en estos momentos, la cartelera local ha ingresado en una especie de meseta que obliga a cualquier amante del buen cine a esperar. Por eso, aquí estoy, agazapado, en la butaca de mi habitación, implorando por la rápida llegada de una película que me quite el sueño.
La culpa de esta ausencia de excelencia la tienen varios factores. A saber: el elevado costo de las latas, la falta de riesgo de los distribuidores y, atenti, el influyente target que deambula por estos pagos. ¿Cuál es ese target? Simple; niños, jóvenes y adultos, de la zona norte, desesperados por ver las nuevas aventuras de Harry Potter. En fin.
Para distraer a esta espera que desespera, me arrodillo y busco en los innumerables títulos que pueblan a este rincón húmedo con aroma a celuloide. Por suerte, siempre encuentro una joyita que sorprende.
Confieso que, por un estúpido prejuicio snob que cargo en contra de aquellas comedias protagonizadas por adolescentes llenos de acné, no vi la anterior película de Greg Mottola, “Superbad” (2007). La dejé pasar, como también ignoré a su segunda y melancólica comedia “Adventureland, un verano memorable” (2009)… Cómo me equivoqué.
En más de una ocasión habrán experimentado esa sensación maravillosa que se siente cuando una película, cuya historia transcurre en otra parte del mundo, logra absorbernos de tal forma que creemos estar viviendo las penas o alegrías de los personajes. O, lo que es más loco, creer haberlas tenido en nuestro propio barrio, oficina o alcoba. De eso se trata la magia del cine, me dirán con razón. Y sí, es así.
También, de eso se trata “Adventureland”, film hilarante y humano donde James Brennan, un joven serio y buen estudiante, realiza un cambio de carrera al trabajar, durante el verano del 87, en el parque de diversiones del título. Durante esos días, compartirá sus angustias con los particularísimos compañeros de turno y será parte, sin querer, de un torpe triángulo amoroso. Sueños ocultos, pasividad en los padres, peleas por el gran amor y las primeras complicaciones que se asoman cuando la vida “seria” y “adulta” nos espera en la próxima calle, son algunas de las subtramas que construyen a esta formidable película independiente.
He leído por ahí que Greg Mottola trabajó en un parque de diversiones de Long Island mientras asistía a la Universidad de Columbia. Debe ser por eso que los detalles “universales” presentes en su juventud logran reflotar nuestras vivencias pasadas. Para aquellos que nacimos a mediados de los setenta es imposible no empaparse con la nostalgia que este efectivo retrato de la década siguiente posee. Y, en esto, es fundamental la banda sonora. Mottola se ha tomado el trabajo de confeccionar una cuidada selección musical, repleta de aquellos hits que nunca dejarán de sonar y que, al escucharlos, nos trasladan a un momento preciso de la adolescencia. La magia del cine, ¿no?
The Cure, David Bowie, Lou Reed, New York Dolls, Big Star e INXS son algunos de los artistas que agregan sinceridad y frescura a una de esas historias que, por un tonto prejuicio, yo no miraba.
Cómo me equivocaba.