OCTUBREANDO

Los ángeles mueren jóvenes

por Horacio Pettinicchi [email protected]

Por Redacción Pilar a Diario 5 de septiembre de 2017 - 00:00
"Odio las misas mal oídas... odio todas las misas. Me odio, por no saber encontrar mi misión verdadera. Por eso me odio... y a ustedes les importa? Si, odio todo esto, todo eso, todo. Y lo odio porque lucho por conseguirlo, unas veces puedo vencer, otras no. Por eso lo odio, porque lucho por su compañía. Lo odio porque odiar es querer y aprender a amar. Me entienden? Lo odio, no he aprendido a amar, y necesito de eso. Por eso, odio a todo el mundo, no dejo de odiar a nadie, a nada...a nada…a nadie…sin excepción!”. "Infección” (fragmento).
Vivió poco, solo el tiempo suficiente para poner el dedo en la llaga de la sociedad de su tiempo. Decidió irse dando un portazo a este mundo. Encontraron su cuerpo inmóvil sobre la máquina de escribir, había tomado sesenta pastillas de secobarbital. Ese día se había peleado con su pareja, el dejó una carta, en ella insistentemente repetía "no quiere discutir más”, y escribe consecutivamente en seis renglones, no me dejes, no me dejes, no me dejes, no te vayas, no me dejes. Ese día, Luis Andrés Caicedo Estela (colombiano, 1977-1951) recibió de la editorial la notificación que le publicaba su última novela "¡Que viva la música!”
Caicedo tenía la obsesión de que la genialidad se acababa a los 25 años, concebía vergonzoso el hecho de vivir más del cuarto de siglo. Andrés no moría en un día triste, su filosofía no podía confundirse con una salida al miedo de la soledad en la que vivía sumergido cotidianamente. No, Andrés moría grande, en la cúspide, en su máximo esplendor juvenil, con sus ideas frescas. 
"No sabemos a qué obedece tu presencia, pero estás allí, amor, totalmente desarraigada de lo que nos rodea. Estás allí sólo para que podamos amar, dispuesta nada más a que nuestros cuerpos pataleén enchuspados en el tuyo y se revuelquen por turno o a un mismo tiempo en tus entrañas dulces y jugosas. Y ya lo ves, estoy hablando de ti otra vez, sé que no se puede, que es imposible, pero no importa, me gusta inventar. Nada importa si total, hundimos la cabeza entre tus senos y chupamos tu pelo como si fuera apio. Adivinarnos lo que estás sintiendo tu cuerpo cuando tus rodillas nos golpean, nos maltratan en su orden de que convirtamos todo lo que te pertenece en una bella masa líquida”. Angelitos empantanados (fragmento).

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