Soy mano

Regreso multiplicado

Por Víctor Koprivsek

Por Redacción Pilar a Diario 18 de febrero de 2017 - 00:00
Febrero arrastra el verano que pronto pasará dando lugar al mundo de marzo, al universo de niños con guardapolvo y mochilas, con reencuentro entre risas y algo de pereza. Volver a clases siempre es un nuevo comienzo. Febrero es rápido, una ráfaga, un parpadear del tiempo en familia entre preparativos y reordenarse.
Celebramos las horas de la casa envuelta en el bullicio del piberío sin horarios, sin actividades marcadas en carteleras hechas a mano y pegadas con imanes en las puertas de las heladeras.
Algo canta en las tardes mientras el crepúsculo del barrio se adentra en los confines anaranjados y se pierde al final de la cuadra.
Algo se estira en la lentitud de la jornada cadenciosa.
Febrero susurra apenas, habla bajito para que no se espanten los sueños, casi ni pisa el césped de tanto que nos invita a proyectar el año, a garabatear metas que alcanzar.
Una anécdota, un misterio. Eso comparto con ustedes a continuación:
"Un granjero escocés pobre, mientras intentaba ganarse la vida, oyó un lamento que provenía de un pantano cercano. Dejó caer sus herramientas y corrió al pantano. Allí encontró hasta la cintura en el estiércol húmedo y negro a un muchacho aterrado, gritando y esforzándose por liberarse. El granjero salvó al muchacho de lo que podría haber sido una lenta y espantosa muerte.
Al día siguiente, llegó un carruaje a la granja. Un noble, elegantemente vestido, salió y se presentó como el padre del muchacho al que el granjero había ayudado.  - Yo quiero recompensarlo - dijo el noble -. Usted salvó la vida de mi hijo. - No, yo no puedo aceptar un pago por lo que hice - contestó el granjero escocés.  En ese momento, el hijo del granjero vino a la puerta de la cabaña. - ¿Es su hijo? - preguntó el noble. - Sí - contestó el granjero orgullosamente. 
- Le propongo hacer un trato. Permítame proporcionarle a su hijo el mismo nivel de educación que mi hijo disfrutará. Si el muchacho se parece a su padre, no dudo que crecerá hasta convertirse en el hombre del que nosotros dos estaremos orgullosos. 
Y el granjero aceptó. El hijo del granjero asistió a las mejores escuelas y, al tiempo, se graduó en la escuela médica del St. Mary’s Hospital en Londres. Con el tiempo, el mundo entero conoció al Dr. Alexander Fleming, el descubridor de la Penicilina. Años después, el hijo del mismo noble que fue salvado del pantano enfermó de neumonía. ¿Qué salvó su vida esta vez? ¡La penicilina! ¿Y saben cuál era el nombre del noble? Sir Randolph Churchill.  ¿Y el nombre de su hijo? Sir Winston Churchill. Alguien dijo una vez: "Lo que va, regresa multiplicado”.
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