Soy mano

El circo

Por Víctor Hugo Koprivsek

Por Redacción Pilar a Diario 4 de noviembre de 2017 - 00:00

Esplendores que se agitan desde el último invierno. Los perros ladran, los pájaros gorjean, los caballos relinchan y las ovejas balan.
El circo eleva sus lanzas al cielo, se cuelgan las luces y se enciende el espectáculo.
En el escenario central, dos gorilas rígidos escoltan al gato que baila. Una banda de cuervos saluda con reverencia al hipopótamo que bicicletea atrás de bambalinas.
Las ovejas balan.
Una india de ojos claros, espeluznantemente rubia, es paseada adentro de una jaula en el entretiempo de la función mientras al grito de ¡Aleluya! Ardillas parlanchinas reparten espejitos de colores a las pocas avestruces que todavía no escondieron sus cabezas debajo de la tierra.
Hay topos por todos lados. El circo los necesita. Atrás de la carpa la fiesta es a todo o nada. Un escritor semi famoso disfrazado de delfín se codea con el hombre árbol, la señora con piel de lagarto está incandescente, casi que no entra en la piscina donde la espera la ballena dorada con un trago indescifrable. Dicen que es el cáliz de la eterna juventud.
En el trapecio, Dios mío, los músicos cantan su canción de esquina.
Hay borrachos por doquier, pero están escondidos.
La gente parece dormida, casi que no entienden, primero putean, después aplauden, después putean de nuevo, después se visten de gendarmes.
Las lechuzas tienen los ojos blancos y ya ni cuidan a sus pichones.
-Cuidado, avisa la comadreja, andan las hienas sueltas y con traje.
Bombos y platillos de repente, así de golpe un estallido de papelitos brillantes esparcidos por el aire, suelta de globos para que todos miren y en un descuido zas! el elefante cruza sonriente sin que nadie lo vea.
El desparpajo es colosal. Las cámaras de televisión filman todo. No se les escapa nada, ni siquiera el pibe que desde la última fila mandó por wasap una canción de cancha medio desubicada, enseguida le cayeron envueltos en arneses un par de ovejeros alemanes y se lo llevaron para arriba al ritmo de otra canción, pero de Queen.
La ovación no se hizo esperar.
Calladitos se quedaron los muchachos del mismo equipo de fútbol, enseguida se sacaron las camisetas y las prendieron fuego. No sea cosa que les cobren un penal que no fue y se los lleven a las mazmorras con los pingüinos.  
 

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